miércoles, 4 de abril de 2012

Aún puede llover "A cántaros"


Diego A. Manrique. El País - 04/04/12

“Hay que doler de la vida hasta creer / que tiene que llover / que tiene que llover a cántaros”. Alguien ha tenido la feliz idea de conmemorar los 40 años de la canción más celebrada de Pablo Guerrero, advirtiendo que su mensaje resulta hoy igual de pertinente que en 1972. Paráfrasis intimista del A hard rain’s a-gonna fall dylaniano, A cántaros urgía la catarsis en la sociedad española y fue combustible para el cambio político.

A cántaros cayó en gracia y llevó en 1975 a su creador hasta el Olympia de París, entonces paso obligado para la consagración de los cantautores antifranquistas, condenados en España en una semiclandestinidad vigilada por la Brigada Político-Social. El 2 de marzo se grabó el correspondiente elepé en directo pero hoy el intérprete y sus músicos recuerdan las estrecheces del momento: durmieron en el suelo del apartamento de un simpatizante parisiense. No había mucho glamour en la canción de autor.

El extremeño (Esparragosa de Lares, 1946) confirmó entonces su sospecha: que había escogido un oficio ingrato, abundante en reconocimientos simbólicos y escaso en recompensas monetarias. Se ganó también la lealtad de sus instrumentistas: frecuentemente, insistía en repartir los escasos cachés a partes iguales con sus compañeros de escenario.

Para los músicos que tocan con Pablo, el trabajo es un festín: les permite total libertad expresiva. En contra de la tópica imagen del cantautor aferrado a una guitarra de palo, Guerrero ha sido un incansable buscador de formas. Se ha acercado al jazz (Porque amamos el fuego, 1976), al flamenco (A tapar la calle, 1978) y a músicas que no tienen etiqueta. Se le pudo ver al frente de la etérea Orquesta de las Nubes; fue entonces cuando estableció una complicidad de dos décadas con el músico y productor Suso Saiz.

Su maleabilidad explica la devoción de varias generaciones de colegas, con los que ha colaborado regular y felizmente. En 2001, ganó con Luz Casal el Goya a la mejor canción original por Tu bosque animado. Confeccionó letras para el grupo más exquisito de la movida, Esclarecidos, en álbumes como Dragón negro y La fuerza de los débiles. Se emparejó con Javier Álvarez en el disco Guerrero Álvarez. En 2007, Ismael Serrano inauguró su sello particular, Pequod, con un homenaje colectivo a su cancionero, Hechos de nubes, con la inesperada presencia de rockeros como Lichis o Quique González.

Como todo artista encadenado a una canción, Pablo confiesa una relación tormentosa con A cántaros. Durante años, se negó a incluirla en sus directos. Hasta que un amigo le rogó que la cantara en el funeral de su mujer. Brotaron lágrimas torrenciales y Pablo decidió que aquello era demasiado grande para ignorar.

Si no fuera por su irremediable pudor, cabría esperar que Guerrero se lanzara a la tarea de la autobiografía. Cuando estudiaba Magisterio, tocaba con un grupo que hacía éxitos del Dúo Dinámico o Los Brincos; unos años después, estaba musicando a Miguel Hernández (audacia que la censura se apresuró a prohibir). Pocos artistas salieron a la luz pública en el Festival de Benidorm y terminaron transitando por territorios paralelos a los del sello ECM. Hombre muy de su tierra, de repente asombraba a sus fieles con acercamientos a ritmos y ambientes africanos.

Desde que se instaló en Madrid, Pablo reside en Saconia, la antigua “colonia de artistas y poetas”. Un detalle congruente, ya que alterna la producción de discos con la elaboración de poemarios para Visor y otras editoras. Se trata de la perfecta válvula de escape para un creador que, ay, siente las conmociones sísmicas que arrasan el negocio de la música. Traduciendo: que escasean los bolos.

Tímido en la vida civil, Guerrero se crece bajo los focos. Es palpable su deleite en materializar canciones con fondos polimorfos: pocos de sus compañeros de quinta han asumido tantos riesgos sonoros. Cabe imaginar que, si las condiciones económicas fueran favorables, le veríamos con una formación amplia, similar a la que ahora respalda a su querido Leonard Cohen.

Para su concierto en el Círculo, le acompaña un cuarteto insólito. Los guitarristas son cómplices de largo recorrido, Nacho Saínz de Tejada y Luis Mendo. Hay sangre fresca en las personas de un contrabajista estadounidense, Christian Pérez, y Santi Vallejo, de los Sweet Vandals, que se ocupará de teclados, trompeta y programaciones. Y no cabe desechar que Pablo se presente con algún instrumento exótico, fruto de un reciente viaje a India.

Por los micrófonos pasaran Olga Román, Clara Ballesteros y el citado Ismael Serrano. Más algunos recitadores: Fernando Guerrero, Juana Vázquez, Raquel Lanseros. El repertorio ha sido escogido con mimo: se estrenan dos piezas, Serenata para Lola y Amazona. Recupera material de Luz de tierra, su saludo a los poetas extremeños. Como decía una de sus canciones ciudadanas, la consigna es Paraíso ahora.

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